Ruinas melancólicas son hoy la iglesia y el convento que los capuchinos erigieron en el pequeño pueblo de San Fernando.

Desde los albores de la Independencia, estos silenciosos testigos de la fe y la devoción yacen desolados, sus piedras susurrando historias de un pasado agitado por la guerra de independencia.

La planta del templo se conformaba en torno a una nave longitudinal de 30,70 x 10,35 metros, culminando en un presbiterio de generosas dimensiones, definido por un arco abocinado. A este se adosó una sacristía de idénticas proporciones transversales a la nave. La techumbre, a dos aguas, se sostenía mediante una robusta armadura de pares y nudillos, reforzada por tirantes que garantizaban su estabilidad. Esta estructura, oculta a la vista por una elegante falsa bóveda de madera, creaba una sensación de continuidad espacial hasta el arco toral.

La sobria fachada, dividida en dos niveles por una robusta cornisa, exhibe una portada clásica de gran elegancia. Dos estilizadas pilastras enmarcan un vano adintelado, rematado por un frontón triangular que alberga una hornacina. Sobre este, dos pequeños óculos, de perfil lobulado, aportan un toque de luz y ligereza.

El segundo cuerpo, de marcado carácter ornamental, se caracteriza por un frontispicio ondulado rematado por pináculos que le confieren un aire de elegancia gótica. La robusta torre, de planta cuadrada, se organiza en tres niveles. En la planta baja se ubicaba el baptisterio, al que se accedía desde el exterior mediante una escalera de caracol. Sobre este, se elevaba el campanario, que coronaba la construcción.

Los restos del convento se adosan directamente a la iglesia, formando un conjunto arquitectónico que domina la plaza principal del pueblo. Parte de las antiguas dependencias conventuales han sido adaptadas para el culto, convirtiéndose en el templo parroquial de San Fernando.

Ante el inminente riesgo de colapso de sus muros, se ejecutó a principios de 1997 una intervención de emergencia. MINDUR, órgano del Ejecutivo Nacional, diseñó y llevó a cabo un apuntalamiento estructural provisional que logró estabilizar la edificación, evitando así una catástrofe de mayores proporciones tras el sismo de julio de ese mismo año.